El doce de diciembre
No fue un día extraño. Ni siquiera era frío ese día. No había ninguna señal de melancolía, y nada para prepararme para cualquier cosa. Era un miércoles y me acababa de despertar. Me conecté al internet para revisar mi correo electrónico y mis mensajes de Facebook. Eran las seis de la mañana, y por eso no era tanto raro que no había recibido ninguna notificación.
Sin embargo, un minuto después, oí un clic, y me di la vuelta.
Apareció
un nombre en mis mensajes que no había visto en al menos dos años.
- Sé
que no hemos hablado en, o sea, un año, y no se porqué. Y no se lo que está
pasando. Con ella. Todo lo que quería decir es, ¿ has oído? Sabes lo que pasó?
Demasiado
orgullosa para contestar que no sabía de que hablaba, respondí que claro que sabía
lo que pasó. Que ella me cuenta todo, y que no necesito que alguien que ahora
no conozco me diga lo contrario. Como puede ser que este tipo sepa más que yo
sobre mi mejor amiga. No puede ser, porque no es verdad.
Lo verdad era que ella y yo no habíamos
hablado en un mes, al menos, y que cuando llamé a mi mejor amigo en Suecia, no
sabía que esperar.
Pasaron dos semanas antes que me di
realmente cuenta de lo que había ocurrido. Y de todos modos, saber no es lo
mismo que aceptar.
Por la
mañana, me senté en mi autobús y al ver a mi amiga entrando por la puerta, me
puse a llorar sin saber realmente porque. O más bien, sabía por qué, pero no
sabía por qué sucedió en este momento. Supongo que era porque sentía un especie
de repulsión que vino de la idea de estar en una situación donde no podía hacer
nada. Que hacer cuando alguien, o más bien, dos personas deciden saltar? Que
hacer aquí, al otro lado del océano?
Por suerte, nadie se perdió ese día. Pero las repercusiones dañaban suficiente.
Era
navidad en doce días.
Era el
doce de Diciembre, de dos mil doce.
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